miércoles, 11 de mayo de 2011


El condenado


¡Maldita sea la noche

en la que todo acabó!

La miseria me envolvió

y me empujó a la locura.

Vago por los caminos de

la amargura, sin dejar

rastro ni huella.

Solo si recuerdo los

días mejores, se me

hacen rápidas las

horas venideras.

La incesante lluvia me

condena a ver crecer

a los árboles y con

ellos mi pena.

Sensación de carga y

culpa, esa es mi única bandera.

El viento agita mi lamento

y las campanas de la

soledad retumban contra

lo que siento.

Sucumbiendo hacia lo desconocido,

muero por haber perdido la conciencia.